2 nov 2011

El poder no tiene amigos

MARSOLAIRE QUINTANA

marsolairequintana@...


Al Robert, que conocí

Felices los que jamás han tenido un amigo en un cargo de alta
responsabilidad pública, pues como Confucio afirmaba, “el poder no corrompe; el poder desenmascara”.

Quienes otrora estuvieron presentes en la tertulia cotidiana, organizando las pequeñas fiestas anónimas de cada viernes o haciendo a nuestro lado las filas de alguna función de cine, ya no estarán más a partir de un nombramiento.

Son pocos los que logran salir ilesos de ese paseo por las ramblas de la jerarquía.

Con cuánta ingenuidad la mayoría de las personas imagina que el amigo, el panita camarada de hasta ayer, continuará atendiendo sus llamadas, reirá como siempre las tonterías graciosas que antes veían en las calles de la ciudad. Pero no, comienzan a juzgar a los otros desde su propia manera de ver la vida. Empiezan en muy poco tiempo a develar un rasgo de su carácter que habíamos pasado por alto porque, en fin, a los amigos se les “pasa todo”.

Si se les llama, se niegan a atender pensando que se les va a pedir algo. Si se les solicita ayuda, piensan que es dinero. Si se les exige que pongan los pies en la tierra, comienzan a insinuar que lo único que uno desea es aguarle la fiesta. Si se les dice que el cargo se les subió a la cabeza, sienten que hay, por medio, una profunda envidia.

Preferible pelearse con los amigos, encolerizarse hasta llegar a las manos, que dejar morir la relación en los bajos fondos de la amargura y el resentimiento. Preferible, porque las consecuencias de una buena discusión, de un encontronazo, girarán siempre alrededor del motivo que los suscitó. Uno se queda, al menos, con una idea clara de lo pésimo del momento.

Pero cuando las relaciones se diluyen por este tipo de alejamiento, pues ahí cambia todo: entonces los buenos recuerdos se transforman en actos de desmenuzamiento del otro. Y se comienza a hilar, a hilar muy fino, con todos los detalles de los actos antiguos. Se comienzan a rememorar los ápices de saña, envidia, desencuentros, egoísmos, interés y arribismo -reales e inventados a esta altura del desencuentro- que el otro demostró en pretérito imperfecto.

Sin embargo, felices también los que a este tipo de desencuentro no sucumben. Felices los que se mantienen siendo amigos de sus amigos, aunque éstos vivan sumidos en su ilusoria jactancia.

Felices los que esperan al final de la rampa, con el corazón limpio y sin rencores, el regreso del amigo. Y es que si no regresan del pasajero poder del dominio, igual recordarán con nobleza la belleza y la gracia de los instantes vividos.

Todo cambia y todo fluye. Si la luz le cede paso a la oscuridad, y ésta a un nuevo amanecer, ¿por qué no habríamos de comprender que las mieles del poder de hoy, serán las hieles de la desilusión mañana? El amigo con poder en la actualidad, será, seguro, el hombre desnudo, expuesto y fatigado del próximo viernes.

El amigo que tuvo poder, pero que en ese ínterin no tuvo amigos, regresará con miedo. Será un quemado, porque nadie sale ileso de esa flama. Regresará con las excrecencias llagadas, buscando alivio. Allí, en la barra del mismo bar de toda la vida, alguien lo esperará. Allí estará, como siempre, el único sobreviviente del diluvio de desprecios y desplantes, olvidos y lamentaciones.

Allí estará el verdadero amigo, el que en medio de todo el pus, la mierda y la bilis brota como un islote seguro. Un amigo con poder no debe tener amigos. Debe usar lo que ahora tiene para hacer el bien, y el bien será apartarse de los suyos para no involucrarlos en la cegadora luz del mando.

Es una decisión que debiera estar fundamentada en el amor fraternal y no en la paranoia. Pero para eso hace falta un corazón y una mente superior, saber que lo que se hace es parte de su responsabilidad con el mismo poder que se le confiere: cien amigos son bastante, pero un enemigo es demasiado. Y en los cargos decisivos, la maledicencia es gratuita.

Felices aquellos que no tienen un amigo con poder. Felices los que, teniéndolo, saben aguardar su regreso. Felices los que acogen con amoroso perdón a quienes vuelven. Pero, por sobre todo, felices los que jamás tendrán poder, porque de ellos será el reino de la belleza.

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