16 feb 2008

ENCUENTRO EN LA TARDE

ENCUENTRO EN LA TARDE
Autor: Sahú Castrillón


Las nubes en el firmamento amenazan un torrencial aguacero. Mientras él camina rumbo a Bellas Artes, el olor a lluvia se siente en el aire, y la gente en la calle se apresura a caminar más rápido, buscando refugio ante las primeras gotas de agua. El tránsito en la avenida principal es lento, y el “palo” de agua es inminente.

En su cuerpo, siente el sofocón por la mezcla del calor y la humedad; poco a poco las partículas líquidas se desprenden desde lo alto en grandes cantidades, mientras el viento arrecia fuertemente, debido a los huracanes que azotan algunas zonas del caribe. Está detenido justamente a la entrada de un expendio de licores donde no puede mojarse. Una gran cantidad de gente está a su alrededor, todos allí bajo el mismo techo y una causa en común: Escampar.

Ahí acuden los adictos a las bebidas espirituosas, algunos de ellos, son personas de escasos recursos que van buscando su botella de aguardiente caña clara, siendo ésta la más barata, con la excusa de que hace mucho frío, mientras uno de ellos haciendo chistes, les ofrece a los allí presentes, un brindis, los que con educación, le dan las gracias y se voltean a mirar hacia otro lugar.

El gentío que no tuvo la oportunidad de guarecerse, tiene sus ropas mojadas pegadas al cuerpo, mientras corren para detenerse a la puerta del metro, lugar a donde debe dirigirse. Los conocidos del expendedor conversan algún tema en particular, mientras otros se unen al coro; sus voces suenan huecas en sus oídos, en medio del ruido infernal de la calle y el sonido de las cornetas de los carritos por puesto. Los hilos de agua, se deslizan por todos lados como reptiles buscando la salida. Él sólo piensa en ella, y en el encuentro que tendrán.

La cita se hizo para las cuatro de la tarde, a través de un encuentro virtual por Internet, pero por causa de la lluvia llegará retrasado, y el espacio que los separa son solamente cuatro estaciones de la línea férrea, ella está tan cerca, piensa, pero tan lejos a la vez, y la lluvia aún sigue cayendo. Mientras espera que el aguacero disminuya, para seguir su ruta, divisa por fin en el firmamento un resquicio que se abre lentamente en el cielo, anunciando el fin del chaparrón, es un paréntesis, un respiro en la cotidiana ciudad, al tanto que se libera el alma de angustias que se le enredan en ella cuando hay multitudes.

Se abre paso entre la gente para entrar al metro, pero es imposible, aún la gente tapona el acceso, hasta que por fin logra llegar al interior del mismo. Busca su ticket y se dispone a pasar la barrera divisoria, pero le toca hacer una larga cola, pues sólo hay un torniquete disponible, mientras por los altoparlantes anuncian un fuerte retraso del tren, hace pocos minutos ha habido un arrollamiento y se sugiere utilizar el transporte alterno.

Decide, que es preferible esperar el restablecimiento de la línea, para no pasar por la odisea de tomar un vehículo en esas circunstancias, cuando Caracas sufre algún embate del agua. Logra entrar al vagón, adentro hay un calor insoportable, el aire acondicionado no funciona, todos sudan como si se estuviera en un baño sauna.

El conductor anuncia su estación de destino, se baja en ella, y sale a la calle sorteando los charcos de agua sucia y putrefacta, que se ha formado en la calzada, cavila con desasosiego, en que ella pudiera haberse ido.

En ese mismo instante, ella sale de una clínica, con una carpeta bajo el brazo, luego de hacerse un chequeo cardiológico, y se dirige sobre la acera para cumplir con la cita convenida con él. Llega al sitio de encuentro; mientras un hombre de mediana edad, de camisa verde, que está allí parado, la mira con curiosidad. Ella se pasea de un lugar a otro mientras mira insistentemente su reloj. El hombre se queda embelesado viéndola, y con sorpresa ve como ella se desploma sobre la calle.

El encuentro es en Sabana Grande, y él es un alemán en eso de la puntualidad, y va retrasado. Baja por el boulevard apresurando el paso, y de nuevo, una lluvia fina empieza a caer, pero la lentitud de los peatones y el tránsito vehicular obstaculizan su caminar, aquello le parece una procesión del Nazareno en semana santa. Se resigna a no encontrarla, y a medida que se acerca al lugar, ve un corrillo de gente que se arremolina en torno a algo que no alcanza a observar, sólo escucha los comentarios de un individuo que dice:
-¡Pero no puede ser, la gente de hoy es muy intransigente!

Él va apartando a la gente lentamente para acercarse a mirar, y la ve frente a sus ojos. Allí está ella, derrumbada en la vía, con sus cabellos mojados, y sus pupilas abiertas sin expresión. Parece mirar hacia el infinito con un rictus de dolor en su rostro, sus partituras de música, y una radiografía están regadas por el piso.

Se aparta y pregunta tímidamente:
-¿Qué pasó?

Y coincidencialmente, aquel hombre de camisa verde que la vio momentos antes le responde:
-Es una chica que se murió de impaciencia.

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